domingo, 18 de agosto de 2013

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Domingo 20 (C) (Jr38, 4-6.8-10¸Hb12, 1-4¸Lc 12, 49-53)

Las palabras del evangelio de hoy nos pueden sorprender y desconcertar. Dice Jesús: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar”. ¿Cómo es posible que aparezcan estas palabras en el evangelio? ¿Por qué Jesús habla así de la paz? ¿A qué tipo de división familiar se refie-re? Sorprenden y desconciertan porque el saludo de Jesús cuando se aparecía a los discípulos después de su resurrección era siempre: La paz esté siempre con vosotros.

Y San Pablo dice que Cristo es nuestra paz y que por medio de la cruz ha dado muerte a la hostilidad (Ef  2, 14-16). Y los ángeles cantan así cuando anuncian a los pastores el nacimiento del Mesías: ¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor! Son múltiples los textos en los que se nos dice que Cristo sí vino al mundo a traernos la paz.

Y la paz, como don de Dios, aparece repetidas veces en la celebración eucarística: En la oración después del Padrenuestro: “Señor Jesucristo que dijiste a los apóstoles “la paz os dejo, la paz os doy”. Poco después el sacerdote invita a todos los fieles a darse la paz. Y al final, el sacerdote despide a todos diciendo: Podéis ir en paz.

¿Cómo se corresponde todo esto con las afirmaciones de Jesús en este Evangelio? ¿Por qué dice Jesús que no ha venido a sembrar paz sino la división?

Jesús no ha venido a la tierra para establecer componendas fáciles haciendo dejación de la propia responsabilidad. El seguimiento de Jesús produce o suele generar división. Ocurrió así en las primeras comunidades cristianas. Quienes se convertían a la fe entra-ban en litigio y división con otros miembros de la familia que no podían tolerar que abandonaran la ley mosaica. No había paz en la casa. El mismo Jesús sufrió la violencia en carne propia, hasta morir ajusticiado. Si hubiera predicado un evangelio facilón – cosa totalmente impensable – nada le hubiera ocurrido. El cumplimiento de su misión produjo violencia a su alrededor.

El caso de los mártires es  parecido. Provocaban, sin pretenderlo, persecución y violen-cia. Preferían morir antes de renegar de su fe. Por lo tanto, si había persecución no había paz. Se hubiera evitado la violencia y se habría impuesto una paz ficticia y falsa si hubieran accedido a la pretensión de los perseguidores. Jesús no trajo la violencia, sino la paz, pero la opción por él podía generar violencia.

Habla también de un “fuego” que tiene que venir al mundo. Se refiere a un fuego purifi-cador, a la acción del Espíritu, que es “fuego” que quema el pecado y purifica el co-razón. El fuego, y la división de la cual nos habla Jesús, viene cuando nos posicionamos en el lado de la fe y optamos valientemente por él.

La fe, cuando se vive radicalmente, crea estos contrastes: adhesión e indiferencia; aplausos y reproches; caminos abiertos y dificultades; reconocimiento y martirios. Sí, amigos, es la realidad. Una fe, llevada a feliz término, no significa vivir la fe felizmente. Entre otras cosas porque estaríamos traicionando el espíritu evangélico.

Por eso, cuando a la Iglesia se le ataca de que divide, de que no se deja domesticar, de que no está a la altura de los tiempos…, habría que responder con el evangelio en mano: “no he venido a traer paz sino división, y ojalá estuviera el mundo ardiendo”. Ardiendo, por supuesto, por el fuego de la justicia, de la paz, del amor de Dios, de la fraternidad, del perdón, del bienestar general y no particular.
 
 
La Iglesia en cuanto tal y los cristianos tenemos mucho que ver y mucho que denunciar dentro de las estructuras del mundo; de la injusticia; de la pobreza; de la paz o de la gue-rra; del hambre o del confort; de la vida o de las muertes; Y, por ello mismo, porque hay muchos intereses creados, siempre padeceremos divisiones y presiones para que “esa opción por el reino de Dios” sea mucho más suave y más descafeinada. 
 
Quieren una Iglesia descafeinada, recluida en las sacristías. Y como no lo consigue, se crea un am-biente hostil hacia ella. Y muchas veces, de persecución.

El Papa Francisco nos recuerda repetidas veces que no tengamos miedo, que luchemos contra corriente, que nuestra vida sea coherente con nuestra fe, pase lo que pase y digan lo que digan, nos persigan o no, nos critiquen o se burlen de nosotros.
Pidamos al Señor, en este domingo, que no seamos tan prudentes ni tan cobardes a la hora de vivir testificar nuestra fe.

P. Teodoro Baztán

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