viernes, 20 de octubre de 2017

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SANTA MAGDALENA DE NAGASAKI (3)

El martirio iluminado con san Agustín

       Para san Agustín el martirio era motivo para avivar la fe de todos, fieles y sacerdotes pues “cuando escuchamos la pasión de los mártires, nos alegramos y en ellos glorificamos a Dios, sin sentir pena por su muerte”

        “El Señor Jesús no sólo instruyó con su doctrina a los mártires; también los afianzó con su ejemplo. Para que los condenados al suplicio tuviesen a quién seguir, fue él delante sufriendo por ellos: les mostró el camino recorriéndolo él mismo. La muerte o es del alma o es del cuerpo…. Dichosos los santos en cuyas memorias celebramos el día de su martirio: A cambio de la salud temporal recibieron la corona eterna, la inmortalidad sin fin, y a nosotros nos dejaron en estas fiestas solemnes una exhortación. Cuando escuchamos la pasión de los mártires, nos alegramos y en ellos glorificamos a Dios, sin sentir pena por su muerte” (Sermón 273, 1-2).

        La causa del martirio es en virtud de la fuerza de Dios. Esta razón permite la entereza de los mártires
       Quién es mártir, lo dice la causa, no el castigo (Sermón 275, 1)
       A la crueldad de los martirizadores correspondía la serenidad, y la seguridad de sus palabras hacía pensar que el atormentado era otro distinto del que hablaba

         “Cuanta era la crueldad que se cebaba en el cuerpo del mártir, tanta la serenidad que emanaba de su voz; y cuanta era la aspereza de las penas que sufrían sus miembros, tanta la seguridad que resonaba en sus palabras, de forma que, aunque era Vicente el que sufría, se podía pensar que el atormentado era otro distinto del que hablaba. Y, en verdad, hermanos, que así era; así era realmente: otro era el que hablaba” (Sermón 276, 2).

       En el combate al mártir le está reservada la corona para después de la victoria y, tras la resurrección, la vida eterna:
        “Con los ojos de la fe hemos contemplado el combate del mártir, y lo hemos amado por hallarlo invisiblemente hermoso en su 6 plenitud. ¡Qué belleza de alma tendría aquél hasta cuyo cadáver resultó invicto! ‘ En vida confesó al Señor; incluso después de muerto venció al enemigo… Al mártir le está reservada la corona para después de la victoria y, tras la resurrección, la vida eterna. Pero, gracias a su cuerpo, a la Iglesia se le concedió una memoria2 que le sirve de consuelo” (Sermón 277, 1).
       El deleite del perseguidor es la pena del mártir, a nosotros la causa, el por qué, la fortaleza
“Además, en un único espectáculo hemos repartido los intereses con el perseguidor: a él le deleitaba la pena del mártir; a nosotros, la causa; a él, lo que padecía; a nosotros, el porqué lo padecía; a él, el tormento; a nosotros, la fortaleza; a él, las heridas; a nosotros, la corona; a él, la larga duración de los dolores; a nosotros, el que éstos no conseguían quebrantarle; a él, el que sufría vejaciones en la carne; a nosotros, el que permanecía firme en la fe” (Sermón 277A, 1).
         “He creído, por eso he hablado; también nosotros hemos creído, y por eso hablamos.» (2 Cor 4, 13; cf. Rom 10, 10)

       “Si sólo hubiesen creído, pero no hablado, no hubieran sufrido la pasión. De esta manera, creyendo consiguieron la vida, y hablando encontraron la muerte; pero una muerte que es siembra del cuerpo corruptible para cosechar la incorrupción” (San Agustín, Sermón 306D).
        Se nos pide, no elocuencia, sino fe, y que anunciemos a Cristo donde podamos, a quienes
         “Decid también vosotros: «No podemos callar lo que oímos y no anunciar a Cristo el Señor.» Que cada cual lo anuncie donde pueda, y será un mártir. Se da a veces que un hombre no sufra persecución y tema verse avergonzado. Le acontece, por ejemplo, hal- 7 larse en un banquete con paganos, y se avergüenza de proclamarse cristiano. Si tanto teme a su compañero de mesa, ¿cómo podrá despreciar al perseguidor? Anunciad, pues, a Cristo donde podáis, a quienes podáis y cuando podáis. Se os pide la fe, no la elocuencia; hable en vosotros la fe, y será Cristo quien hable. Pues, si tenéis fe, Cristo habita en vosotros. Habéis escuchado el salmo: Creí, y por eso hablé. No pudo creer y quedarse callado. Es ingrato para con quien le llena a él el que no da; todos deben dar de aquello de lo que han sido llenados” (Sermón 260 E, 2).  “Pero nuestro luchador no salió victorioso en sí mismo o por sí mismo, sino en aquel y por aquel que, exaltado por encima de todos, otorga la ayuda; que, habiendo sufrido más que todos, dejó el ejemplo. Exhortaba a la lucha el mismo que convoca al premio, y contempla tan atento al que combate, que le ayuda si lo ve en apuros. A su atleta de tal modo le ordena lo que ha de hacer y le presenta lo que va a recibir, que le ayuda también para que no desfallezca. e, pues, con sencillez el que quiere luchar con facilidad, vencer con rapidez y reinar lleno de felicidad” (Sermón 277 A, 2).
podamos y cuando podamos. Dice el salmo: Creí, y por eso hablé. El mártir y el testigo no pueden callar:

        Nadie desprecia lo que ama. Pero hallamos a los mártires que amaron la vida y despreciaron la vida.
         “Nadie desprecia lo que ama. Pero hallamos a los mártires que amaron la vida y despreciaron la vida. Pero no hubiesen llegado a una vida de no haber pisoteado la otra. Sabían lo que hacían quienes dando recibían. No penséis, amadísimos, que ellos habían perdido el juicio cuando amaban la vida y despreciaban la vida. No perdieron el juicio. Esparcían la semilla y buscaban la cosecha” (Sermón 335, 2).

        Hay que vencer lo que agrada para vencer.
        “Seas quien seas tú que luchas, vencerás si consigues vencer lo que te agrada y lo que te atemoriza. Lo repito: seas quien seas tú que luchas, ¡oh cristiano!, vencerás si consigues vencer lo que te 8 agrada y lo que te atemoriza. Algo que te agrada y algo que te atemoriza. Se trata de la gloria de los mártires. Es cosa fácil celebrar las solemnidades de los mártires; lo difícil es imitar sus martirios” (Sermón 313A, 1).

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