domingo, 22 de octubre de 2017

// //

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Reflexión

Llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Tanto los fariseos como los partidarios de Herodes sabían muy bien que Jesús no actuaba como líder político, sino como líder religioso. Y como líder religioso no habían podido encontrar nunca en él algún fallo, ni en sus palabras, ni en sus obras. 

Pero, al mismo tiempo, notaban que la autoridad religiosa de Jesús era muy superior a la autoridad que ellos tenían ante sus partidarios. Necesitaban encontrar cuanto antes algún medio para desautorizar a Jesús, o para desacreditarle. 

Esto fue lo que unió a dos grupos tan distintos entre sí como los fariseos y los herodianos. Tenían que mezclar la religión con la política para conseguir desacreditar a Jesús. Los fariseos eran nacionalistas y estaban en contra de pagar el tributo al César; los herodianos eran partidarios de Roma y, consecuentemente, de pagar el tributo. 

La pregunta era: ¿es lícito pagar impuesto al César? Jesús, en su respuesta, tenía que ponerse necesariamente en contra de los fariseos y de todos los que eran nacionalistas, o en contra de los herodianos y de los que eran partidarios de Roma. En cualquier caso Jesús perdería prestigio ante un gran número de personas, de uno u otro bando. 

Además, la pregunta se la enviaban envuelta en unos bellos y verdaderos piropos a Jesús: sabemos que eres sincero, amante de la verdad, que no actúas nunca por apariencias. Jesús no se deja engañar. Ante los fingidos elogios que le dirigen, pone en evidencia las malas intenciones de quienes le preguntan, desvelando la increíble hipocresía que se esconde en su actitud.

Las palabras de Jesús los desenmascara. Comienza a llamarlos hipócritas y continuará haciéndolo, con valentía y coherencia, durante todo el siguiente capítulo. ¡Además de falsos, hipócritas!, pensó Jesús. Bien, la respuesta de Jesús ya la sabemos. Jesús separa lo que es mundano y lo que es divino. No está reñido el hecho de ser ciudadano del mundo con el hecho de ser cristiano. 

Jesús no piensa en el conflicto entre dos autoridades o dos instituciones iguales. Más bien plantea la soberanía absoluta de Dios expresada en la frase de Isaías que acabamos de oír: “Yo soy el Señor y no hay otro”. 

La más torcida interpretación de esta frase de Jesús es la de abandonar el campo del mundo y la sociedad a los gobiernos y encerrar a Dios en la sacristía como si ese fuese su lugar apropiado. Y cuando la Iglesia en nombre de ese Dios metido en la sacristía se opone a una ley gubernamental del aborto, de una educación viciada, de la eutanasia, se la acusa de meterse donde no le llaman, porque hay que dar al César lo que es del César. 

Exacto, hay que colaborar con el César en la creación de una sociedad mejor, más igual, hay que colaborar cumpliendo las leyes justas, hay que pagar los impuestos por los servicios que recibimos y en la medida en que los recibimos. 

Pero no hay César por muy mayoría absoluta que tenga, que se haga con el derecho a disponer de la vida y de la libertad y de la conciencia de sus súbditos. 

Hoy el evangelio da para hablar de la importancia que tiene el que los cristianos participemos activamente en la vida ciudadana y política, ya que tenemos mucho que aportar: los valores del Reino de Dios. Entre otros: La justicia con atención preferente a los pobres, el respeto a la vida desde su inicio hasta su fin natural, la libertad, la paz, la fraternidad. Esta es la política sana en la que todos debemos trabajar. Por aquí debe ir la educación para la ciudadanía. 

 Nuestra fe no se puede quedar arrinconada en el ámbito de lo personal o privado. 

Por eso, este evangelio nos invita a participar y a comprometernos en la vida pública como cristianos, reconociendo el lugar de Dios y el del “césar”. Dar “a Dios lo que es de Dios” significa ayudar a cada persona a reconocer y valorar la vida, la dignidad y la felicidad que nos propone Dios como Padre nuestro que es, y a vivir la fraternidad y el servicio mutuo entre nosotros como lo hizo Jesús. 

Que la Eucaristía que compartimos nos fortalezca en nuestro testimonio de vida, para ser “levadura en la masa”, como nos dice Jesús, la levadura del Reino de Dios que hace crecer la masa de nuestra sociedad.
P. Teodoro  Baztán Basterra, OAR.

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario