domingo, 14 de enero de 2018

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II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

Después de abandonar Nazaret y ser bautizado por el Precursor, Jesús comenzó a reunir un grupo de colaboradores para su tarea de anunciar y luego llevar a la práctica su proyecto del Reino de Dios.

El cuarto evangelista nos cuenta que él, Juan (aunque no lo nombra en su evangelio), y Andrés, compañero de tareas en el lago, eran discípulos del Bautista. Un día éste les señaló a Jesús a quien llamó “el Cordero de Dios”. Para un judío tal expresión guardaba un especial significado. Con este título se refería al Mesías. Movidos por la curiosidad o por una iluminación interior, se acercaron a Jesús. Ellos llaman Rabí a Jesús, es decir Maestro y le preguntaron: “Maestro, ¿dónde vives?”. La entrevista nos la cuenta san Juan, como testigo presencial.

«Venid y lo veréis», les responde Jesús. Les invita a ir con Él, a conocerlo, a convivir con Él. Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente.

Los discípulos oyeron las palabras de Juan Bta. y siguieron a Jesús. Y cuando estos dos discípulos de Juan se encontraron con Jesús y le reconocieron como el Mesías lo primero que hicieron fue ir a decírselo a los demás. El evangelista anota que Andrés llevó a su hermano Simón ante Jesús, y éste lo llamó Pedro, integrándolo al grupo. Se convirtieron ellos mismos en intermediarios del verdadero Dios manifestado en Cristo Jesús. 

Así ha seguido siendo la historia del cristianismo, hasta el día de hoy, gracias a tantas y tantas personas que quisieron ser verdaderos intermediarios de Dios, nosotros somos seguidores de Jesús. Y seguirá siendo así siempre.

Entiendo por “intermediarios de Dios” a las personas que ponen a otros en relación con Dios. Sí, como el Juan Bautista o el sacerdote Elí, o el mismo San Pablo, o Andrés, de quienes nos hablan las lecturas de hoy. Es esta una vocación grande y maravillosa que Dios nos da a todos los cristianos. Cristo, claro está, fue el principal intermediario que eligió el Padre para reconciliar a la humanidad y ponerla en comunicación con Dios. También lo fue la virgen María y todos los santos. También debemos serlo cada uno de nosotros, los cristianos, porque la Iglesia de Cristo es una iglesia esencialmente misionera. Digo que es una vocación grande y maravillosa. Nos pide que invitemos a otros con nuestra palabra, con nuestra vida, a conocer vivencialmente a Cristo, seamos o no sacerdotes, cristianos de a pie…

La relación con Dios siempre enriquece nuestra condición humana. Vivir en sincera y auténtica relación con Dios supone dejarnos invadir por Él, permitirle guiar la nave de nuestra vida. El que vive en auténtica relación con Dios se convierte en templo suyo, en anuncio visible de su presencia. Como las mejores torres de las mejores iglesias y catedrales, y más. Los cristianos no vivimos sólo para nosotros mismos, debemos vivir para el Señor, para facilitar al Señor en encuentro con muchas ovejas perdidas, descarriadas, desorientadas o indiferentes. 

No se es cristiano por nuestros conocimientos, no es un título sacado en unas clases de teología, o por correspondencia. Ser cristiano es algo nuevo, es vivir su misma vida, Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Juan no nos dice aquí de qué hablaron, él que tan largos discursos recuerda de Jesús, se acuerda solo de que estuvieron con el Señor todo el día, recuerda su cercanía, recuerda que estuvo con Él.

Lo esencial en la vida cristiana es dejarse atraer por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino.

Es necesario que los cristianos seamos conscientes de nuestra vocación de intermediarios de Dios, del Dios manifestado en Cristo Jesús. Con nuestra palabra y, sobre todo, con nuestro ejemplo continuado de fraternidad y amor.

Del encuentro con Jesús en la Eucaristía debemos salir con la experiencia gozosa y viva de haber estado con Jesús, como los discípulos. Y, como ellos, comprometidos a comunicar a otros que vale la pena acercarse al Señor.

P. Teodoro Baztán Basterra. OAR.

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