domingo, 18 de marzo de 2018

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V DOMINGO DE CUARESMA -B- Reflexión

Poco a poco vamos avanzando en el camino de la cuaresma hacia la Pascua. Y la Pascua es, no solamente la vigilia solemne del Sábado Santo, sino que arranca desde el Jueves Santo por la tarde, e incluye el Viernes, el Sábado y el Domingo de Resurrección. La Cuaresma es un camino que vamos recorriendo con Cristo hacia el momento culminante de su vida. Él lo llama la “hora”, su “hora”. La “hora” de su glorificación.

Se refiere así al hecho de su entrega hasta la muerte. Y se oye la voz del Padre que dice también: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo. Nos puede sorprender y  extrañar  este  modo de hablar. ¿Por qué o en qué sentido la muerte puede ser glorificación? 

Por la sencilla razón de que su muerte es la culminación de toda una vida entregada por amor hasta el final, generosamente, sacrificadamente, desviviéndose en cada momento, mirando y buscando siempre el bien de la humanidad a la que quiere salvar. Ya había entregado su vida antes de morir.

(A una religiosa, que trabajaba como misionera en un país africano en plena guerra civil, le preguntaron si no tenía miedo a que le quitaran la vida, y ella respondió: “Nadie me puede quitar la vida, puesto que no es mía, ya que hace bastantes años que le entregué”). Como Jesús.

Y para que todo se entienda mejor, Jesús utiliza, una vez más, una comparación muy expresiva. Dice: Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Y prosigue: El que se ama a sí mismo, se pierde, pero el no se busca a sí mismo, sino el bien de los demás, se salva.

El grano de trigo, como toda semilla, muere cuando se siembra en la tierra, pero, muriendo, resucita, no ya uno, sino multiplicado. Ha brotado una espiga llena de granos nuevos. Ha brotado una nueva vida de la misma muerte. Este es el sentido de la vida y la muerte de Jesús. Jesús, con su muerte y resurrección – eso es la Pascua – nos ha comunicado una vida nueva.

Pero en seguida Jesús nos invita a seguirle, es decir, a hacer lo mismo que hace Él. Nos invita a saber morir por el bien de los demás. ¿En qué sentido? A desvivirnos, en el mejor sentido de la palabra, por el hermano, por el otro, quienquiera que él sea, por el más cercano y por quien, aunque no le conozcamos, necesita de nosotros. 

Nos invita a saber perder de nosotros para que puedan ganar los demás cuando carecen de casi todo, a no buscarnos en primer lugar a nosotros mismos, aunque nos cueste sacrificio, que nos costará. Y eso es la cruz que hay que asumir y llevar para seguir o imitar mejor a Jesús.

Como Jesús, debemos dejar que nuestro grano de trigo (nuestra vida, nuestro tiempo, nuestras capacidades y aptitudes, nuestros recursos, lo que sabemos y tenemos...) se siembre en nuestra familia para que viva más unida en el amor, en la sociedad para construir la paz y la justicia, en la comunidad parroquial para que sea más viva y solidaria, en el mundo de los más débiles para que puedan vivir más dignamente...

Todo esto puede implicar sufrimiento y dolor. Es la cruz de cada uno. Al estilo de la cruz de Jesús.  El que quiera venir conmigo que tome su cruz y me siga. El que quiera vivir como Él debe saber morir como Él.

El que quiera seguir a Jesús debe asumir el riesgo y el sacrificio que supone el servicio al hermano, la entrega al otro por amor, hasta la muerte si fuera preciso, el trabajo y la lucha por un mundo mejor, más humano, más justo, más cristiano. Fue la causa de Jesús; debe ser también nuestra causa.

Es, por tanto, también nuestra hora. La hora de decidir qué hacer con nuestra vida; si la vamos a convertir en donación, entrega y servicio a los demás, o la vamos a conservar para finalmente perderla del todo. Ya sabemos que la vida se tiene en cuanto se comunica. Será también nuestra glorificación.
La Eucaristía es el recuerdo y celebración de esta entrega de Jesús hasta la muerte por amor. Que sea para nosotros la fuente de ese mismo amor para servir siempre a los hermanos.

P. Teodoro Baztán Basterra. OAR

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